01 octubre 2021

Otoño: La leyenda de Kanshout

 Los árboles de mi calle se están poniendo dorados.
El otoño de otros años ha vuelto y los ha pintado

Cuentan los que saben de esto que, hace mucho tiempo, existió una tribu llamada Selk’nam, que vivía en el último y más remoto lugar del planeta, la llamada Tierra de Fuego, en la punta de más abajo de América del Sur, donde los árboles no perdían nunca sus hojas.

La tradición obligaba a los jóvenes a partir en busca de aventuras cuando cumplían la mayoría de edad. De esta forma ganaban en autonomía y madurez. A su regreso, debían contar a la tribu lo que habían visto más allá de la Tierra de Fuego.

De entre los jóvenes, Kanshout destacaba por ser tremendamente curioso. ¡Estaba deseando descubrir todas las maravillas que, sin duda, habría fuera de allí!

Partió feliz, pero tardó mucho en regresar. Tanto, que todos pensaron que habría muerto. Kanshout volvió un año después, radiante de felicidad.

¡Tenéis que escucharme todos! dijo emocionado ¡Encontré un lugar donde los árboles pierden sus hojas y después vuelven a nacer, mucho más verdes y hermosas! Los árboles cambian de color. Se vuelven amarillos y rojizos como el fuego, luego se quedan desnudos y, meses después, comienzan a brotar nuevas hojas de un precioso color verde.

Todos le miraron con extrañeza. ¿Se habría vuelto loco?

Comenzaron a reír, pensando que les estaba tomando el pelo. El pobre Kanshout se dio media vuelta y aguantó como pudo los insultos y las risas de todos. Pero ¡les daría una buena lección!

Los árboles perdían las hojas a su paso

Kanshout pidió a los dioses que le transformaran en un pájaro del color de las hojas que había visto, con algunos poderes. Los dioses le convirtieron en un precioso loro de plumaje verde y pecho dorado que, volando sobre los árboles de la Tierra de Fuego, a su paso, fueron despojándose de sus hojas.

La tribu pensó que los dioses les habían castigado. Contemplaban con horror cómo los bosques se coloreaban de amarillo, perdían sus hojas al menor soplo de viento y se quedaban desnudos.

¡Los árboles se mueren! gritaban algunos—.

Pero los árboles no murieron y, tiempo después, cuando llegó la primavera, de las ramas que parecían secas comenzaron a brotar hojas de un precioso verde brillante.

– ¡Kanshout tenía razón! dijeron avergonzados.

Desde entonces, los loros sobrevuelan los árboles y, cuando se posan en sus ramas, gritando, se cree que se están riendo de los hombres que no creyeron en el otoño.


Fuente: Tucuentofavorito.com. Imágenes: Leyendas del mundo ceniza.

2 comentarios:

María Engracia dijo...

¡Muy linda leyenda! Gracias por compartir.

Ramon Tejeiro dijo...

Muy bonita leyenda. Gracias Félix